BITÁCORA DE METRO
Agradecimientos de fondo musical a
https://ccmixter.org «RenoVation»; por Airtone
Hubo una vez que ocurrió un improbable, o quien sabe, quizás más de una vez.
Hace mucho y como un ritual cotidiano y amable, Quimey y su padre caminaban juntos aquel día, justo al salir el sol blanco por solitarias calles adornadas de colores tempranos de primavera, veredas mezcla tornasol, y rastros aterciopelados de frío.
Terminando esa madrugada, los sorprendió una brisa helada que les pegó de frente. Como el mismo invierno despidiéndose de ellos después de una inclemente temporada. Pero con ironía, con un último y seco suspiro que congeló de a poco los minutos aletargándolos. Mientras se iban acurrucando con las manos en los bolsillos y entre ellos mismos en un ritmo de calles interminables hacia la estación. Fue cuando el panorama se trabó como en un cine antiguo; la cinta de la película dejó de ser continua y se traslapó. Solo algunos se dieron cuenta, ese día sucedió un real imponderable. Una historia insólita.
Esa mañana como muchas, alcanzaron el metrotrén de las 7:33 am que cruza todo el valle con dirección a las ciudades de oro, en aquellos carros eléctricos de rodar suave y tambaleante, de un pulido contacto metálico. Lugar en donde la imaginación y la curiosidad se manifestó en Quimey a unos bellos 11 años de edad, a través de una simple conversación de niño. Mientras se trasladaban junto a su padre en el metro hacia la ciudad central un día de octubre del 2019.
Comúnmente solían hacer lo mismo; caminar muy temprano en las mañanas desde su casa por veredas de calles tranquilas y coloridas. Entre varios tonos mojados de jardines florecidos, arbustos y árboles frondosos y escurridizos que traspasan los límites de lo privado hacia las veredas. En panoramas de tonos cálidos hechos a pincelazos, rojos y ocres mezclándose en escarcha. Todo esto, en un pueblito interior cercano a las grandes ciudades, opción premeditada hacia una vida más tranquila y menos contaminada. Así que, como una sana costumbre ambos – padre e hijo –, caminan y conversan de muchas cosas; casi siempre de nada contingente, tonterías alejadas de la realidad tóxica. Cosas simples y otras extravagantes e infantiles. Muy pocas acerca de religiones, políticas o macro economías. Más bien temas realmente importantes; como «la chica en cuestión», la bicicleta más aporreada, el comic de cabecera, o historias sabrosas del mismo pueblo. Mucho de música, libros o filosofía urbana. En fin, cosas como esas, de la vida fundamentalmente inmediata.
De los hijos, el mayor de los tres era Quimey, pero a la vez muy niño. De naturaleza sana que a veces lo hacía ver ingenuo, pero siendo esto sólo una imagen superficial. Una cáscara que encerraba a un ser radiante y algo melancólico, de muchas virtudes por separado y también al unísono. Cuestionando todo desde pequeño incluso hasta a él mismo, metido en un estado de abstracción constante, sin embargo; parecía gobernar todo con unos ojos grandes y bellos.
Ya en rumbo a la ciudad del sol, subidos en ese metro; Quimey empezó de a poco a relatar lo que resultó casi un espectáculo. Comenzando como un simple comentario infantil que luego sin querer termina en algo más, todo relacionado a personajes muy llamativos que veía hace tiempo con sano fanatismo en la TV. De a poco y efervescente empezó a relatar sobre historietas animadas, hablaba exaltado haciendo referencia a temas de ficción; cosas de otros universos, realidades y tiempos, donde personajes se relacionaban con múltiples versiones paralelas, mundos extraordinarios y alternos. Asuntos fantásticos que él traía a la realidad y que expresaba de forma muy histriónica y simpática, como si fuera ensayando una obra teatral. Una elocuente narración que también observaban espectadores involuntarios y extraños pero muy entretenidos en él, gente que compartía el espacio semi apretado del metro esa mañana de primavera colorida y helada.
El paisaje hace rato yacía en gotas escurriendo por las ventanas empañadas, poco se veía hacia afuera así que muchos veían a Quimey, que, a ritmo independiente del bamboleo del tren, los atrapaba con naturalidad plasmando sus ideas aliñándolas con sus mímicas corporales un tanto desarticuladas pero muy graciosas. Le emanaba la historia con tal fluidez, que perecía que contase una historia real.
El Relato mismo era de teoría cuántica, pero de historieta y televisión. Lleno de matices fantasiosos, siempre de dinámica infantil, una especie de ensayo de colegio y una feria de ciencias al mismo tiempo. De fantasía e imaginación pura e ingenua, jugando mezclaba lo real y especulaba de manera que intrigaba, y efectivamente los iba sumergiendo a todos en su cuento en el rodar y rodar del metal. Así Quimey hizo muy corto el viaje, por lo menos en ocho a nueve estaciones en donde comprimió la espera en aquel viaje agradablemente.
Después de todo, él es de este tiempo exacto; antes de que todo esté aparentemente expuesto. Porque pareciera que faltara muy poco para que los niños de hoy dejen de ser ingenuos por completo, ¿no? Toda esta modernidad, comunidades y redes sociales que dan paso a que los niños y jóvenes como él desarrollen estas ideas y otras, para compartirlas en distintos mundos digitales como si nada, pero en este caso él; en el metrotrén rumbo a ciudad central. Ese día helado de primavera, lo hizo concluyendo su frenético relato con una singular pregunta dirigida a su padre.
Y Quimey entonces pregunta;
– ¿Papá?, ¿Y si alguien viene del futuro o del pasado a visitarme, que habría que hacer?, ¿Qué hacer para no arruinarlo todo?, porque siempre pasa eso, que alguien viaja en el tiempo, y lo estropea. Así es, eso pasa en todas las series que conozco–.
Sólo un largo rato se anticipó a la primera reacción de su padre, siendo ésta una sonrisa. Pero inconsciente, un acto reflejo invadido de nervios por no tener nada serio o sostenible que responderle a Quimey. Guardó cualquier comentario por largos segundos, y después de la sonrisa incómoda y de ver que los demás espectadores improvisados y discretos del metro esperaban una respuesta digna a todo lo expuesto por su hijo, sintió que lo mejor era actuar con un poco de seriedad. Además, que Quimey ya lo veía con cara de “por favor, te estoy hablando algo serio”. Así fue que su padre después de barajar muy pocas respuestas le dijo, la verdad ante todo…
… ¡No sé! Para agregar después – Bueno en realidad “dicen”, que se produce una paradoja (contrario a)–, usando la palabra más utilizada, extraña y algo difónica, pero el cliché de moda en circunstancias como estas. El salvavidas obligado en temas de ciencia ficción frente a los hijos. “Sí”, paradoja repitió –. Es lo que siempre dicen en las películas, que no sería bueno alterar la historia – él sugirió – ni siquiera sorprendiendo con la respuesta a su hijo, porque el niño ya conocía esta palabra. Y lejos de sentirse un entendido en la materia, por lo menos se sintió más aliviado. Tanto, que después de la anterior frase, remata con más ingenuidad; “Además en algunas películas, se muestra que no es bueno que esto ocurra, en cambio en otras; sólo alteras una sola línea de tiempo y no pasa nada. No se hijo, es muy difícil de explicarlo para mí, solo te estoy repitiendo lo que es la cultura popular respecto al tema. No sé nada más” – concluyó el padre siendo sincero – Que no podía tener idea de la respuesta a la pregunta, justo cuando el parlante del metro se preparaba para sonar, anunciando la estación para cada uno.
¡Oye!, pero sin duda es un tema muy entretenido de todas maneras – le comentó enérgicamente su padre para alentarlo –, añadiendo textual algo así como “Cuático – Cuántico”, en un juego de palabras sonriendo, bromeando. Todo este diálogo ya cuando iban camino a sus destinos esa mañana de octubre. Cada uno a la escuela y oficina respectivamente, como era costumbre para ellos casi todos los días en el metro-tren.
Acto seguido y exactamente después de que Quimey contara tan histriónico relato, como todas esas mañanas, él recibiría un beso en la frente por parte de su padre, antes bajarse en la estación principal de “Adlafken”( la ciudad flotante sobre el mar), y luego con muy pocos minutos posterior a esta despedida, sube al vagón una joven muy especial. Una singular muchacha de cabellera corta, de unos bellos ojos azules y cristalinos, con el rostro algo pálido y ropa muy particular. Un atuendo de fibra natural, dejando ver unos tatuajes de colores en su cuello y otros en sus manos. Parecía de alguna tribu eco-urbana que estaban muy a la moda; particularmente arreglada. A todos les llamó la atención, porque en el metro van todos observándose, y nadie al mismo tiempo; algo muy típico, y solo de metro. Pero lo más inquietante fue la actitud con que esta joven se subió; buscando seriamente a alguien o algo entre la gente, con esa sola y aguda intención ingresó al vagón en el extremo opuesto al que se encontraba el padre de Quimey. Unos buenos metros de distancia, por lo menos unos quince metros. Caminando lentamente y leyendo un papel entre sus manos. Avanzaba suave por el pasillo mientras buscaba de manera recatada y sigilosa, pero con una mirada profunda y certera discriminando entre todos los rostros. Caminaba por el vagón con calma y muy segura, muchos de los pasajeros la miraban mientras ella se balanceaba despacio y sin parar, y el padre de Quimey; encontrándose al final del carro en un lugar en donde podía verla mejor a ella, que ella a él. Y de alguna manera a medida que la mujer sorteaba a las personas él se empezaba a inquietar de a poco, a pesar de que era un tipo templado y sin ninguna predisposición a los nervios. ¡Que ridículo! él argumentaba para sí, de manera desconocida le incomodaba la situación, no se lograba explicar, ¡que estupidez!, si primera vez que veía a aquella persona. Hasta que finalmente ella se plantó a unos cinco metros y lo miró fijamente, quien por última vez observa con cuidado el papel arrugado en sus manos, avanzando otro poco como quien buen explorador encuentra su objetivo. Fijando esos ojos azules y cristalinos en él. Quieta a muy poca distancia, esbozó una pequeña sonrisa, y se acercó aún más.
“Hola” – dice gentilmente – “¿Tú eres el Padre de Quimey?”– con un acento extrañísimo al hablar. Y éste la verdad se desconcertó un tanto, pasando montones de cosas posibles e interrogantes por su mente, ella era una total desconocida. Porque si no fuera por la tranquilidad y la sinceridad que transmitía esta chica, en cualquier otra instancia él se hubiera inquietado mucho, y por una extraña razón, no fue así. Y, “si”, hola – él respondió –, yo soy el papá de Quimey, dijo haciéndolo amablemente como quien responde a un turista cualquier consulta, a pesar de que no era lo mismo – ¿Pero por qué sería? – él respondía y agregaba– Mi hijo se acaba de bajar en la misma estación en qué te subiste ahora, hace cinco minutos.
– ¡¿En serio?! – Exclamó la joven, tornándose su semblante desde un estado agitado a algo triste en muy cortos segundos.
– Qué lástima – ella dijo –, me hubiera encantado conocerlo, hubiera sido maravilloso, un honor gigante – sumó con un poco de nostalgia –. Pero al escuchar eso, una frase un tanto rara, el padre de Quimey se consternó y bastante. No sabía si esta chica le estaba vacilando, ni tampoco sabía para donde iba la conversación, no sabía que pasaba. Diciendo; ¿Y por qué me preguntas si yo soy su papá si ni siquiera lo conoces? La verdad es que se puso bastante impaciente frente a lo ilógico de las frases de esta desconocida respecto a su hijo de 11 años. Pensó en el por qué una chica tan rara le preguntaba por su hijo. Ya estaba por reaccionar de otra manera, él era un tipo agudo y no muy cortés en situaciones como esta. Y estando a punto de mostrar su desconfianza ella certeramente lo detuvo diciendo; “¡Calma!, tranquilízate por favor. Tengo que bajarme en la estación siguiente, solo quería pasarte algo. Este “sobre”, es para Quimey. Y además decirte que no tienes nada de qué preocuparte. Dile a tu hijo que es un genio, y todos estamos muy orgullosos y agradecidos de él”.
La chica brilló en sus ojos cristalinos y azules, en una evidente emoción para ella, pero desconocida emoción para él. Lo miró fijamente por última vez, se acercó, y le dio un abrazo y lo llamó por su nombre; “Julián, lamentablemente tengo que bajarme, me encantaría tener más tiempo para poder conversar contigo, pero la verdad es que no lo tengo, me tengo que ir”. Todos estos últimos instantes cuando las puertas del metro se abrían para descender y sonaba el timbre de bajada apurando toda la escena; ella terminándole de dar un cálido beso en la mejilla, para luego girar hacia las puertas en alarma de cierre, bajar del tren rápidamente, perdiéndose entre la gente del lugar.

Imagen estereométrica, si es que puede trate de juntar los puntos superiores rojo y verde. Cuando lo haga vera la imagen en 3d con sus ojos. ( Sin lentes 3d)
Si logra hacerlo, sentirá una sensación en la parte central superior de su cráneo, signo de activar conexiones cerebrales que generalmente no realiza.
Y ahí se quedó él, pasmado y pensativo por difusos minutos. Hasta que bajó un par de kilómetros más allá. Y de la mano de la inercia caminó más abstraído que nunca y cada vez más rápido para llegar hasta su oficina con ese sobre amarillo y algo arrugado en las manos – que no era muy abultado, ni nada por el estilo –, mientras rápido se acompañaba de reojo, por su reflejo en las vidrieras de los negocios y escaparates en ese caminar ahora más ágil y nervioso tanteando aquel sobre.
Le tomaba el pulso tratando de imaginar qué es lo que podría contener en su interior. Lo más inmediato que pensó fue en papeles o algunos documentos. Quizás dinero o incluso algún libro de historietas, o fotografías también podrían ser. Algo así, no más que eso. Pero esta carta era impermeable a la curiosidad de Julián, no le mostraba ningún tipo de contenido especial, solo tenía el nombre de su hijo en su exterior en letras mayúsculas rotuladas, con algo de poco peso dentro de este sobre encintado, –muy bien sellado por lo demás-.
Inicialmente no tenía la intención de abrirlo, pero pensó que, para estar más tranquilo, estando luego solo en su oficina podría revisar quizás su contenido, más que nada por seguridad. Por una inmensa curiosidad, pero preventiva solamente, porque el destinatario era su hijo. Además, la portadora del sobre era muy inusual para tener alguna relación con Quimey. ¿Qué asunto tan importante podría tener esta chica con él?
Era la duda que le apuraba el paso, tanto como para llegar lo antes posible a encerrarse en su oficina. Tal como lo hacen algunas personas o niños en determinadas ocasiones al recibir regalos; íntimamente. Solos y nerviosos en sus espacios privados, disfrutando del momento de la sorpresa y del regalo en la tranquilidad de lo personal. Pero esto no era lo mismo, no era la misma situación. Pero sin duda de una similar intensidad. Porque Julián estaba muy ansioso, no podía dejar de pensar en el episodio con la chica de ojos cristalinos en el metro, y en lo que podría contener este misterioso sobre amarillo.
Finalmente, después de mucho meditarlo ya sentado en su silla, se decidió a no abrir el sobre ese día en su oficina. Si no, que optó por mantener el vilo hasta llegar a contarle a su hijo y abrirlo junto a él. Después de todo, tenía su nombre escrito por fuera y el sellado había sido hecho en serio. Él respetaba mucho a su hijo y pensó; cualquier cosa que tuviera dentro, estaban las confianzas como para compartirlo juntos. Así que el resto de ese día en su cubículo fue toda una eternidad por la decisión tomada de abrir el sobre junto a su hijo una vez estando tranquilos en casa. Además, también tenía que contarle a Quimey todo el episodio de esta joven desconocida y tan especial que lo buscaba.
Pasaban las horas y minutos con cada uno de sus segundos, y Julián mirando el reloj de escritorio un centenar de veces hasta que al fin sonaron las primeras sirenas, alarmas que parecía que nunca iban a sentirse ese día en la ciudad. Estruendosas sirenas que marcaban la hora de salida para los primeros turnos, los de retorno hacia el interior del valle, antes de que oscureciera y se condensara el ambiente algo tóxico de esta ciudad industrial. Era el primer turno, el de administrativos, ósea el de Julián quien raudo y ansioso después de un retorno– entre comillas tranquilo–, sin concentrarse mucho en su viaje, baja de la estación y a paso firme – más bien corriendo – llegando al sector de Valle Millán; su pueblo. Y a toda prisa abriendo las rejas de seguridad y entrando a casa para contarle todo a su hijo que esa tarde ya había llegado del colegio. Quien se encontraba descansando en su dormitorio hacía un par de horas ya, escribiendo algo en el computador que compartían todos a veces para jugar o hacer distintas tareas, y esa tarde en particular, Quimey estaba muy concentrado. Tanto, que apenas vio a su padre en el marco de la puerta le dice; ¡Papá!, te estaba esperando, ¡ven¡! entra!, y cierra con llave por favor. Tengo algo muy importante que mostrarte.
Y a Julián nuevamente se llenaba de ideas vertiginosas relacionadas con la chica del metro y su hijo. Relacionó todo lo del capítulo de la muchacha del tren con lo que le iba a mostrar Quimey en ese instante, sentándose junto a él muy intrigado. A medio de estar tendidos, apoyados en el respaldar de la cama, el niño le muestra en la computadora un escrito no muy extenso a su padre, y le dice; “¡mira!, estoy redactando un correo… que en realidad es un experimento que quería hacer hace mucho tiempo. Y quiero que me des tu opinión. – Preguntándole a su padre– ¿Te acuerdas lo que conversábamos esta mañana en el metro?, Se me ocurrió una idea; tiene que ver con todas esas cosas. Lee esto y me dices que te parece por favor.”
Y Julián empieza a leer lo que su hijo había escrito hacía recién un par de horas, lo cual era lo siguiente:
“Hola, mi nombre es Quimey, soy su padre, abuelo y bisabuelo, tátara abuelo, y tátara tátara abuelo, ojalá así, sucesivamente lo más alejado en el tiempo que se pueda. Les escribo desde el año 2019, y quería comentarles (a pesar de que en el futuro ya ni «estaré online» *-*), que les envío un gran saludo a todos Uds. y espero que no vivan en una tierra tan apocalíptica como muchos comentan que será. Yo aquí, en el presente; vivo en la ciudad de Pueblo Marsella, en Valle Millán, junto a mis padres y hermanos que también mandan saludos. Somos una gran familia y quería que lo supieran.
Bueno, les escribo para hacer un experimento, con el cual me encantaría que pudieran ayudar. Necesito que ustedes siendo mi… ¿Cómo se dice?, “descendencia”, transmitan este correo a sus hijos e hijas, y ellos a sus hijos e hijas, y así también nietos, bisnietos de sus bisnietos etc., y así lo repitan hasta muchísimos años en el futuro y hagan viajar este saludo manteniéndolo en la familia. Hagan esto y cuando algunos de ustedes ya pueda viajar en el tiempo venga a vernos. Hoy, aquí es 15 de octubre del 2019, y estaré junto a mi Padre en el segundo vagón del metro que va desde Villa Marsella a Puerto Adalfken. A las 08.30 a.m. me bajo en la estación Plaza Alma. Y para que nos ubiquen mejor, «acá»; en la mañana vestí con ropa de escolar y un gorro rojo. Tengo los ojos azules grandes y cristalinos, y mi papá anda con su uniforme de trabajo azul, y una bufanda verde que le tejió mi mamá. Bueno sería espectacular que nos visiten para conocerlos y saber cómo es la vida más adelante. Pero como sólo es un experimento existe la posibilidad de que nunca sepan de nosotros y nosotros de ustedes. Estarían orgullosos de nuestra familia. Tengo excelentes calificaciones igual que mi hermana, y nos sacrificamos muchísimo para que todos Uds. tengan un buen futuro”.
“Nota importante”:
Para que no se equivoquen de realidad, estamos en la línea de espacio–tiempo en que el sol es muy muy blanco y nunca amarillo.
En donde el arcoíris tiene los colores cálidos; amarillo, rojo y naranjo por arriba y no por abajo o por dentro.
También pueden confirmarlo al tocar su pecho y tratar de sentir los latidos de su corazón, porque se distinguen menos que en otras líneas de realidad, por que aquí el esqueleto es más desarrollado.
Aquí el Polo Norte es un océano gigante de agua, y tan solo unos pedacitos de hielo. Y no es que se haya derretido por el calentamiento global, es así desde hace cientos de años en los mapas de todo el mundo, no hay placa de hielo Ártico, lo que hace imposible que «Santa» tenga su casa ahí.
En esta línea, El Canal de Panamá se cruza de norte a sur, y está ubicado muy lejos de América central; más bien abajo, frente a Colombia, y no se cruza en sentido de «este a oeste» como en otras realidades, centrado en medio de las Américas.
Japón aquí no es una isla solitaria en el pacífico a la altura de Hawái o las Filipinas, sino que está pegada con Rusia muy muy arriba compartiendo sus fronteras e islas.
La Mona Lisa de “da Vinci” (que en otras realidades se escribe “Davinci”), tiene un velo y ya se ríe sin dudar. Y en su otro famoso cuadro de “La última cena”, verán que la vajilla es de un cromado metálico “como sacado de una película espacial”, y los vasos son de un vidrio transparente que hace que ni siquiera se vean, y no están hechos de formas rústicas creados por carpinteros de la época, porque Jesús aquí además de carpintero también fue constructor. Y en ese mismo cuadro de «La última cena»; el cáliz dorado aquí no fue pintado cerca de la mano izquierda de Cristo, simplemente no lo pintó, aquí no existe.
Hay otro retrato famoso; el de un rey gordo en traje anaranjado y medias blancas (Enrique VIII), en donde él; no tiene un par de plumas de faisán en su sombrero, ni sostiene una pata de pavo en su mano derecha; aquí sostiene unos guantes de cuero.
En el deporte, en esta realidad el nombre del boxeador más grande de todos los tiempos aparece en todos los documentos, las revistas y en la TV. escrito como Muhammad, y no “Mohamed”. Michael Jordan no hizo su icónico salto caminando en el aire con sus piernas abiertas y extendidas, a pesar de que hay un icono deportivo representando tan mítica volcada .
A propósito de marcas, En las etiqueta de la conocida ropa “Fruit of the loom”, aquí no ha tenido nunca el cuerno de la abundancia dibujado detrás de la fruta en su logotipo, sino que la fruta muy solitariamente presentada. La posición del logo en forma de estrella de las zapatillas Converse, en esta realidad y en todas sus versiones sin excepción en el tiempo muestran este logotipo por dentro de los tobillos, y nunca lo han presentado por el exterior. En esta realidad tampoco existe la palabra “Coke” con letras grandes y rojas en la bebida cola en la versión de tarro negro. Y en el detalle del logotipo de la famosa gaseosa nunca ha existido un guion cursivo (˜) en la mitad del nombre, sino que un punto cuadrado más bien en altura. Ahora que lo pienso; pareciera que los guiones en este universo tienden a desaparecer, ya que pasa lo mismo con «7-up», Kit-Kat» y «Cola-Cao».
…mmm, ¿Qué más? ¡Ah!, la máscara de Tutankamón no tiene una serpiente cobra en la mitad de la frente, sino que está muy desalineada y acompañada de un extraño buitre, y se ve muy raro.
El hombre del monóculo no usa monóculo, lo cual es gracioso. Y algunos nombres de personas y cosas no se escriben como en otras líneas paralelas. Siendo en estas otras líneas, ejemplos como: «William» Dafoe, Luciano «Pavaroti», Cristopher «Reeves», «Gary» Grant, Jack «Palace», Arnold «Schwartzenegger» (con t itermedia) y la escritura en marcas como instrumentos musicales «Honner», pilas «Duracel», cereales «kellog´s», entre muchísimas más…
Por último un gran detalle de esta realidad; es que si revisan las biblias (de todos los tiempos) encontrarán que aquí, en este universo; “el cordero yace con un lobo”, y no con el león.
…Bueno hay cientos de referencias más, pero con esos datos creo que será suficiente para que lleguen a esta línea “espacio – tiempo” desde donde les escribo y no se equivoquen”.
Atentamente Quimey “.
(Lapso de minutos de silencio y ojos brillantes por parte de Julián)
El corazón ya se le había acelerado con todo lo que había acontecido ese día, él quería que todo fuera sólo una coincidencia extraña.
Calló por increíbles e intranquilos segundos, mientras leía por segunda vez más tranquilo y en voz baja lo que acababa de escribir su hijo. Hasta que soltó palabras fluidas de imprevisto – Oye hijo; ¿sabes qué? ¡No me lo vas a creer!, te bajaste hoy en la mañana y se subió una chica muy extraña un par de minutos después, y ella me pasó este sobre y me dijo que te diera las gracias. Que eras una especie de genio y que todo iba a estar bien. Y no tengo idea de quién era, lo único que hizo fue eso. Preguntó por ti, me dio el sobre y se bajó. Además, tenía unos ojos grandes azules y cristalinos muy parecidos a los tuyos –.
Se miraron igual de extrañados sin entender nada mientras ambos sostenían el sobre amarillo, estando a punto de resolver el misterio más crucial del día. ¡Ya!¡ábrelo! – dice Julián – cuando sonreían nerviosamente como niños, se miraban mutuamente mientras Quimey decidió abrir de a poco el sobre con mucho cuidado hasta que pudieron ver que se asomaron en un fajo no muy ancho de documentos, unas cuantas cartas, unas fotos, unos dibujos y un libro.
Se deslizaron las cosas del sobre hacia las manos de Quimey y empezaron a verlas, y la sorpresa ya se transformó en asombro porque lo que vieron les entumeció la espalda.
Primero; un par de fotografías en donde en una de ellas aparecían precisamente los dos. Lo extraño que no reconocían la foto, pero era de ambos; se podían ver ahí fotografiados pero el momento vivido no. La fotografía era muy extraña para ellos, hasta que tomando atención a los detalles vieron sin convencerse de que se trataba. Mostraba el dormitorio en cual en ese minuto estaban, los mismos objetos, los cuadros, juguetes, cojines y a ellos mismos muy contentos. Abrazados y vestidos con la misma ropa que usaban en ese mismo instante.
Después con mezcla de asombro y un grado controlado de temor, Quimey tomó el papel impreso amarillento y añejísimo de tiempo, arrugado en sus puntas, y sin dudar lo empezó a leer, y decía…
“Hola, mi nombre es Quimey, soy su padre, abuelo y bisabuelo, tátara abuelo, y tátara tátara abuelo lo más probable así sucesivamente ojalá lo más alejado en…”
Era la carta del experimento del tiempo que acababa de escribir, y que aún ni siquiera enviaba. No sabían que pensar ni hacer, Julián realmente lo que hizo fue emocionarse hasta las lágrimas, pero por sentimientos que ni siquiera bien podía entender. Y ahora sí, no pudo sacarse nunca más la visión de la muchacha de su mente. Su cara y sus ojos, que ya con incredulidad entendía el porqué de lo familiar y tan semejantes a los de su hijo.
Otras cosas venían dentro del sobre que prefirieron mantener dentro de su familia.
Sólo una cosa habría que detallar; que estas palabras en algún momento tendrían que haberse escrito, pero nunca sabremos cuando, hasta este momento. Porque dentro del sobre arrugado y amarillo, también venía este cuento que están leyendo; viajando con la chica de los ojos azules y cristalinos.
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