EN EFECTO

Agradecimientos de fondo musical a

 https://ccmixter.org «Precarity»; por Airtone

     

     Con la lluvia chocando en el pavimento y en los latones de los techos, entre el más allá del sueño y el más acá de una noche cualquiera, estando sola en la oscuridad recibía en brazos y piernas un entumecimiento. Viniendo desde las puntas de todos sus dedos, recorriéndole la piel como una oleada densa, lentamente quemante y pesada. Un calor en infinitas y delgadas agujas haciendo que sus vellos se encorvaran en piel de gallina. Algo así como las olas provocadas por la gente levantando las manos sincronizadamente en los estadios deportivos llenos; una marejada viviente y eufórica viajando por la galería circundando todo ida y vuelta. Tal cual esas ondas de espuma humana, pero replicadas en milímetros en la piel, así era la sensación en aquella madrugada, y en su cama no lograba despertar. 

 

 

      Se encontraba en una letanía flotante. En un limbo desesperante e inanimado, sintiendo su cuerpo sobre energizado acá en este lado del mundo, pero según ella; apartada muy pero muy lejos. Ida en un incómodo casi sueño. 

 

     Así fue todo un extenso rato de impaciencia y encarnada estática, que luego con un salto repentino y una taquicardia fue irrumpida y traída de vuelta, como si le hubieran aplicado un pinchazo eléctrico para reanimarla. Despertando boca abajo exaltada pero inmóvil después del sobresalto. Y sin poder mucho moverse babeando un poco la sabana, a duras penas con un ojo pudo mirar el reloj de metal antiguo en su velador, todo en contraluz de un farol que se mostraba desde una amarillenta y a la vez oscura calle justo a nivel de sus ventanas en ese segundo piso. Una luminaria firme, pero que igualmente bamboleaba en el exterior al ritmo de los machaques del viento y la lluvia en todas direcciones. Un temporal que azotaba e hinchaba los vidrios y la madera hace ya tres meses como en épocas antiguas, cuando abundaba el agua, esto es; sin mucha tregua y desde todos lados. Esa noche en especial también lo hacía con descomunal fuerza.

 

 

        Y dentro del departamento y todavía sin poder moverse, entre una especie de barrotes hechos en el momento de sus propios mechones y un blanco borroso de la almohada, veía el reloj que marcaba las 05:22 de la madrugada, pero no de cualquier día. Porque entre las pestañas somnolientas y un ceñido retorcido por una jaqueca intensa se sintió muy distinta.

 

 

       Porque luego, de unos minutos de tranquila reposición, ya quiso moverse un poco tratando de abrir bien los ojos, pero un paralizante dolor de cabeza le impidió de nuevo reintegrarse. Cuando quiso hacerlo, fue cueva de un eco de constantes machaques metalizados, grabados recién en su jornada de noche que ahora resonaban en sus paredes internas. Así ella pensó; porque Nina, atendía a diario, un concurrido restaurante de día que se trasformaba en un bar bohemio y muy activo de noche. Un negocio que montó hace poco junto a un par de amigos de infancia, con los cuales se encontró fortuitamente hace algunos años en esa misma calle. Unas cuadras más abajo, al final de una de las tantas cuestas inclinadas que dan a la parte cívica de la ciudad. En unas bermas de pastelones anchos, pedregosos y enverdecidos de musgos, atravesados firmemente con finas luminarias.  En medio de esas escalinatas repetitivas se los encontró gratamente, cuando bajaba del cerro a ritmo de pequeños brincos hacia la avenida, cerca de los muelles del sector más antiguo del puerto.

 

 

        Y era justamente todo ello, lo que recapitulaba en imágenes destellantes. En medio del silencio oscuro y por fuera lluvioso en su dormitorio, mientras resbalaba el agua en paños continuos por el ventanal de ese segundo piso. Que todo esto valía la pena. Eso repasaba, se decía a sí misma. Sintió gozo y regocijo que lo traía ya cargado de alguna parte del somnoliento sueño. Que su bello local en la primera planta de ese mismo viejo edificio, y todos los momentos junto a sus recientes reconectados amigos, hacían para ella un nuevo hogar. Donde hasta ahora todo construía una buena y tranquila vida, y en donde ahora había despertado de golpe y sin ningún motivo; en medio de algunos dolores. Con imágenes y emociones en esa madrugada que la invadieron, y que apenas con dificultad podía reconocer.

 

 

        Porque ya esforzándose bastante en moverse, por segundos lúcidos en intentos, le era difícil reconocer en donde se encontraba. La sensación era muy extraña, porque a pesar de todo era su hogar. Y luego de pronto se armó de nitidez, y empezó a observar su entorno. Le pareció muy ajeno; como si todo hubiera sido revuelto en su dormitorio para después poner ese todo, de nuevo en su mismo sitio, pero con pequeñas diferencias. Una rara sensación, pero más asociado a un cuchicheo tras la nuca casi burlándose de su conciencia, que le soplaba al oído pequeñas cosas nuevas para ella. Olores distintos, como el de un piso encerado proveniente de alguna parte del viejo edificio, del cual antes, nunca se había percatado. Mezcla suave entre madera vieja y un dejo de parafina dulce. Otra ecualización también notaba, siendo nada en particular más bien era el general de lo que entraba en sus oídos. Con otra calidad, todo muy claro y con otra profundidad. Al igual que las sombras algo más gruesas y oscuras, con más presencia, era todo muy raro. La cosa es que no sabía si mejor o peor, pero si era todo distinto; de eso estaba segura, como si se le hubieran alterado sus receptores. No entendía mucho de nada de lo que estaba pasando en esos instantes. Los minutos empezaron a saltar en cortos y difusos momentos, y luego encontrándose menos contrariada de repente se vio sentada en la mitad de la cama. Aún atontada y con algunos dolores intermitentes en los costados del cráneo, con la boca seca y un pitido agudo y permanente en ambos oídos que le seguían distorsionando las nociones más básicas. Luego, ahí mismo, la sorprendió en la oscuridad de la pieza y en un claro de tranquilidad, una intransigente e impertinente pregunta. Que se asomaría sin permiso en su cabeza y que la congeló.

 

 

– ¿Podría ser que nuevamente haya ocurrido? – Ella misma se escuchaba repetirlo en voz baja y asustada – “¿otra vez lo mismo?” – murmuraba– Porque no era la primera vez que ocurría. Y ahora nuevamente frente a esta posibilidad conocida y siempre extraña para ella, el corazón se le empezaba a acelerar. Y el ambiente se le tornaba de amarillento a pálido como su cara. Y la habitación de confortable, paso a ser de arrebatado oxígeno. Así es; siendo esta la quinta o sexta experiencia similar en los últimos quince años, pero no por eso menos sorprendente. Y en esa noche de lluvia intensa y de sombras de focos amarillentos inundando su dormitorio, nuevamente se conmocionaba frente a la idea de haber despertado aparentemente en otra parte.

 

 

¡¿Morí de nuevo?! – Dijo no habiendo nadie más en el lugar – repitiéndolo un par de veces más – ¡sí!, morí de nuevo, ¡sí!, morí de nuevo en otro lugar. Pero a pesar de lo extraño que puede sonar, lo dijo mucho más tranquila que en las anteriores ocasiones. Sobre todo, las primeras veces, que fueron totalmente distintas, disruptivas y desequilibrantes.

 

 

         Y finalmente reaccionó. De forma ágil se levantó ya sin contemplar ni siquiera el dolor legado ahora a un segundo plano. Ni siquiera supo cómo llegó en menos de dos segundos, a plantarse frente al espejo mural de un blanco baño a ver su reflejo. Tomaba y tomaba sorbos de agua para tranquilizarse, y ciertamente se vio distinta. Miraba fijamente sus ojos y encontró su semblante anémico y nervioso, y de verdad se notó algo distinta. Mojaba su cara cabeza gacha sobre el lavabo percatándose sorprendida bajo el correr fresco del agua de aquel grifo, que a través de sus ojos cerrados era otra la calidad de luz traspasando sus parpados. Y luego, notó distinto los colores que entraban por las ventanas iluminando todo de otra manera, todo algo más emblanquecido y resplandeciente. No como los de otros días; “recientemente” distintos.

 

 

         Pero, así y todo, estaba segura y al mismo tiempo no lo quería estar. Así que, hizo tal como la última vez que esto le ocurrió; por el 2017. Revisó sus memorias para asegurarse de saber bien en dónde estaba. Sí es que efectivamente de nuevo había “saltado a otro lugar muy similar”, y que no estaba tan loca como debería pensar.

 

 

         Porque en eso ella creía a pies juntillas; «una loca e irreal idea».

 

         De que cada vez que esto le ocurría, era signo de haber muerto en otra parte, y que ella y su conciencia despertaba en una realidad casi idéntica solo que con algunos cambios imperceptibles. Excepto para ella, porque solo ella, por algún motivo notaba las diferencias. Había experimentado por casualidad un descubrimiento extraño, otras leyes de la vida que ahora llevaba encarnadas. Vivía con un canon personal de creencias muy particulares. Estaba convencida profundamente de esta especie de reseteos frecuentes, que se podían dar en cualquier momento de la vida. Cualquier día de la semana, minuto, año, o etapa que fuese; y que por algún motivo extraño o error quizás, ella en algún punto hace muchos años ya los podía vislumbrar. Eso, hasta los días de hoy.  Porque inexorablemente solo una idea de ese tipo – a pesar de lo descabellado que parezca – era lo que argumentaba al momento de vivir estos eventos tan personales. Porque es eso, o derechamente auto declararse como una persona demente y trastornada, porque no le quedaba otra. Así de verdad, estaba estructurado y vivenciado en su mente.

 

 

        Y ahora, estando en esta; su más reciente y aparente reinserción en el juego de mundos por los cuales ella se pasea. Ya no sintió miedo, no más que un poco de frustración – porque es una gran porción de aquello lo que se siente –, sobre todo en las primeras veces. Pero en definitiva en ese preciso momento, solo por segundos eso sintió, que se perdía de nuevo el hilo real de las cosas, que todo lo suyo y los suyos perdían continuidad, una conjugación de versiones reemplazando versiones. Pero fue un meditar pasajero, de solo unos minutos. Ya que ahora después de los años, el convencimiento era otro; que la vida misma se trataba de eso. Un revivir constante de escenas, que por casualidades extrañas ella reconocía encontrándose cada vez con más detalles, como quien lee un libro más de una vez, para descubrir y enriquecer en profundidad la trama de la historia. Y acostumbrada ya, a este muy raro concepto, teniéndolo en cuenta, pensó inmediatamente algo diferente esta vez. 

 

         

          Algo pasó, entonces pensó. “Tengo que reconectar algo, por eso he vuelto” – ella se dijo – Innatamente se le cruzaba esa idea, una sensación atrapada visceralmente que nadie le brindó más que ella misma. Y colándosele ese presentimiento y aún con los oídos zumbando, con una nueva sensibilidad aumentada y muy distinta ahora en su piel – que no era la de siempre – se vistió ligeramente, con nada muy sintético porque ahora esas telas le molestaban, no como en el otro cuerpo y lugar, recientemente dejado. Ahora cargaba una hipersensibilidad aumentada que manejó con gracia para después dirigirse directo a sus muebles a buscar algo en sus cajones especiales. El “montón” de otras cosas aún más especiales. Papeles y recortes de todos los tipos, y cosas muy personales con un significado que solo ella comprendía.

 

 

         “Anclas” les llama; a un sinfín de simplonas cosas que ella recolecta y guarda desde que empezó con esta nueva visión del mundo. Que tienen una singular misión; recordarle su origen. Sus primeras memorias, una realidad inicial, la cual insiste en recordar y va comparando con cualquier realidad en la cual hoy se pudiera encontrar, o posiblemente no. Y no se trata de cosas tan complicadas, sino más bien comunes y corrientes. Residuos y datos, que notaba y anotaba ella misma de puño y letra o que dibujaba. En donde cualquier cambio significaba para ella un aviso, una alarma de que podría haberse “desfasado”. Porque así ella decía, ya que cuando le ocurría quedaba un poco desconectada. 

 

 

     Tenía un mapa gigante del mundo pegado en su pared, rayado con varios colores y pegoteado con otros injertos que construían una Tierra totalmente distinta. Con otras líneas y nombres, tanto sobrantes como faltantes, ya que incluso otra geografía ella comprendía.  A veces otras anatomías, faunas, biologías e historias. Gente viva que no debería estar viva. Hechos históricos; como un cuadro de la plaza de Tiananmen donde el famoso hombre del tanque, quedaba tendido en una mancha entre el polvo, una imagen totalmente distinta a la del hombre de hoy que goza de muy buena salud. La actual, favorablemente una imagen de una Tierra más civilizada.

 

 

      Y también la letra y la melodía, o el compás de alguna canción. El contorno de los ojos de su gato, y el color de unos zapatos, y luego se reía con la aparición de alguna especie perdida – hecho hoy cada vez más habitual –, que en el fondo nunca se había perdido tanto. Si no que, solo no estaba desde donde ella y cientos de miles más provenían sin darse cuenta (según ella), en fin y en general; una lista larga de señales de todos los tipos imaginables e inimaginables para cualquier persona “que no lo nota”, pero que ella usa y revisa constantemente y con destacada precisión, para confirmar que “está o no”, en la misma versión entre posibles mundos. Y efectivamente, esta vez; amaneciendo abruptamente en su habitación. Revisando sus anclas, notó que había muchas diferencias entre esta nueva realidad respecto a sus memorias iniciales. Pertenecientes a un lugar que solo ella recordaba, y que ya había quedado quizás donde. Y fue un salto grande que ella dedujo; porque las diferencias, especialmente ahora eran demasiado evidentes. Pero como ya se mencionó, solo para ella.

       

        Pero incluso así, ya ni se perturbó. Solo se dio por enterada. Porque como esta idea loca ya era algo cotidiano en su vida, y se le hace normal, entonces a la sazón de estas emociones que no terminaba de experimentar, acabó de preparar esa mañana – que no era como cualquier otra – otro café doble mientras miraba por la ventana el entorno humedecido por la lluvia de la noche. Que ya no caía después de varios meses parando raramente justo ahí esa mañana. Cosa que para muchos podría ser casualidad, pero para ella no era tanto; sino que otra cosa. Era una lluvia que seguramente seguía cayendo, pero en otra parte con una Nina inerte en otra cama y sin respiro quizás, mientras acá pensaba acerca de todo, haciendo una especie de resumen, una nueva agenda y algo más.

 

 

      Finalmente, después de su café, se paró y caminó hacia su ventana ida en el paisaje mirando nada en especial y conducida por un instinto sobrecargado de ansias; tomó sus audífonos, buscó algo de música en sus carpetas del teléfono móvil y se decidió a salir caminando sin destino claro desde su casa varias cuadras hacia un “no sé dónde”. Lo hacía todo no muy rápido, como si en el camino fuera a confirmar de repente lo que su nuevo corazón; “pero con el sentir de siempre”, le hacía sospechar; algo que en este lugar seguramente iba encontrar muy pronto.

 

 

      ¿A alguien quizás? – se preguntó sin hablar – Ya que de alguien de pronto se acordó, ¿del niño de aquel cumpleaños número siete, al cual nunca más volvió a ver? – pensaba–.  Porque mientras empezaba a caminar absorta de casi todo, a pesar de que lo recordaba regularmente y de vez en cuando con insistencia poco común, en ese preciso momento, en ese andar, lo hacía muy intensamente en esos primeros metros de caminata. Recordaba a un niño que la marcó para siempre en un encuentro muy particular. De esos pequeños momentos, minutos tal vez, con ese tipo de persona o hecho que queda clavado en un lugar especial en las fibras más finas del recuerdo. No importando quien sea, queda ahí – ¿lo han tenido? –, en este caso Nina; lo experimentó con un niño que se apareció de invitado en su fiesta de cumpleaños número siete. Con quien disfrutó muchísimo, soplando juntos las velas abrazados y a carcajadas como si ambos fueran amigos de toda una vida, o varias. Curiosamente, al paso de los años nadie más lo volvió a ver. De un día para otro nadie sabía cómo este niño había llegado ahí, no era hijo de nadie o alguien en particular, ni compañero de nadie o alguien en especial, ni siquiera era el vecino de nadie, ni conocido de alguien en la ciudad porque nadie lo había visto nunca, y tampoco alguien lo volvió a ver jamás.

 

 

        Así, ella tampoco nunca más lo vio, solo se quedó con un diluido recuerdo y una incógnita que permaneció latente. Porque a medida que Nina crecía, también lo hacía ese anecdótico recuerdo, que se fue convirtiendo cada vez más en una tremenda inquietud.  Crecía una gran necesidad de saber de él, pero menos recurrente con el avanzar de los años. Pero ahora mientras caminaba, las imágenes de ese niño se le presentaron insistentes, como un tren de carga, pesado y de paso constante. No la dejaba tranquila. Y se dijo, justo parando en una esquina frente a un rojo peatonal, en medio de gente nada bulliciosa y de apariencia vacía – mientras que al mismo tiempo en sus audífonos empezaba a sonar una canción descabellada de los Pixies – ¿Por qué no lo haría? – pensó –, Si hoy ando con toda esta locura andante; sería un muy buen día para ir a visitar mi viejo barrio, mi antigua casa de infancia. 

 

 

        Y así, a minutos de haberse decidido, en el avanzar acometido se le adelantó una vieja imagen, como quien aprieta por accidente el control de la tv y se cambia sin querer a un canal de reportaje añoso y desteñido. Sin mucha alta definición, pero si unas imágenes de muy buen gusto, con algo de audio estéreo pero no perfecto; algo borroso un puentecillo de crujientes maderas de lento caminar, por encima y perpendicular a un brazo angosto y calmo de un río de murmurante agua, mostrándose en la imagen un gran sol muy amarillento traspasando las hojas detrás de unos árboles en movimientos ondulantes. Esa escena irrumpió en su cabeza plácidamente, adjuntando al mismo tiempo la sensación inequívoca de que era por ahí; por ese puente por donde debía cruzar. Pero que raramente nunca había cruzado. No estaba en ninguno de sus archivos, repitiéndose insistentemente, tanto que camino muchas cuadras, cientos de metros haciéndose la escena mucho más clara, se armó de detalles complementando y afinando la imagen ya no tan añosa. Hasta que raramente después de un par de segundos y en el doblar de la esquina ahí estaba, un dejavú como le dicen a estas cosas intrusas, una premonición fugaz había sido, porque ella nunca había pasado por ahí, ni siquiera lo conocía, pero ya ni le importaba la diferencia. Solo el momento cargado con una onza fuerte de ansiedad. Aquel puente que se había deslizado antes de estar; sólo fue otra señal de lo que estaba ocurriendo ese día, que como no era cualquier otro día, seguía siendo extraño en particular.

 

       Y así llegó a la otra orilla, cuando terminando la última línea de las maderas del lento caminar se le volvieron a cargar paquetes de imágenes ajenas pero esta vez con emociones familiares; voces, olores, formas y situaciones nebulosas que se iban aclarando mientras se adentraba en ese barrio donde ella vivió con sus padres siendo pequeña. En donde inició su infancia y construyó sus primeros recuerdos felices. En donde hizo sus primeros amigos, donde tuvo a su primera mascota, donde también aprendió andar sus primeros buenos metros en bicicleta antes de caerse en el barro que se formaba en la calle frente a su puerta. En ese barrio industrial que era una mezcolanza de riesgos, perfumes confitados, muchos ruidos, pocos rincones verdes, pero bien aprovechados por la gente querendona de paseos solitarios y con sus perros, y alguna que otra pareja furtiva bien apretujada. Pero en definitiva era el lugar en donde ella fue muy feliz cuando niña. Sobre todo, cuando le festejaron en una primera fiesta de cumpleaños para ella, sus inocentes siete años, y en donde conoció por breves momentos a aquel niño por el cual ahora no dejaba raramente de avanzar, hacia su antigua casa que no visitaba hace muchísimos años, la cual tuvo que dejar para mudarse hacia el otro extremo de la gran ciudad por el nuevo trabajo de sus padres.

        A un par de cuadras de llegar, el olor proveniente de unas fábricas de cueros y frutos deshidratados la salió a recibir fervientemente. Al igual que sonidos de una imprenta machacando papeles. Olores profundos y naturales, así como de metales aceitados calaron en su ser como viejos retratos recién descubiertos y desempolvados. Su mente efectivamente pegó un tarascón a tierra conectando con otros detalles que había olvidado, pero no precisamente del mundo que le ofrecía el actual panorama en el cual ahora caminaba, sino el de otro que particularmente se parecía mucho y recordaba. El de ese mismo lugar, pero ahora solo parecido, se sintió invadida de aquello cada vez que avanzaba, y ya se acercaba a su vieja casa. 

 

 

      Y sin dudarlo se dio cuenta que era todo notablemente diferente para ella, todo cada vez más desacoplado. Tan así que paró su marcha, tomó su celular y quiso confirmar algo con sus viejos amigos, los mismos con quienes tenía ese bar en el sector del puerto.

 

 

– Aló Félix, habla Nina ­– dijo ella y agregó–; adivina en donde ando, a que ni te imaginas. ¿Estas con Fabián ahí?, podrían venir a acompañarme. Ando en nuestro antiguo barrio, ando un poco nostálgica y me dio por caminar hacia acá, está todo muy igual a como lo dejamos. Y me preguntaba si podría encontrar al niño de mi cumpleaños, ¿Te acuerdas que les comenté alguna vez?

 

–¿Qué niño del cumpleaños?  – respondiendo su amigo después de una porción entera de silencio.

 

– Pues el niño que aparece conmigo en las fotos; el de mi fiesta de los siete años.

 

 

      Apareciendo otro silencio más largo del otro lado de la línea, y después con voz seria se escucha a su amigo responder; “Nina, los de las fotos de tu cumpleaños somos nosotros con Fabián, en tus cumpleaños número ocho. ¿Acaso hiciste otro a los siete sin invitarnos querida amiga?”

 

 

      Y Nina demoró mucho más en tratar de devolverle algo lúcido, porque se trabó completamente –para inventar luego –; “por supuesto que no. Es toda una broma, una confusión de mi parte, ando algo mareada, déjalo nos vemos más tarde”.

 

 

     Hizo como si nada, pero definitivamente ya sabía lo que pasaba, ese medio día era muy anaranjado y vivo, confirmando todo lo acontecido desde la madrugada.

 

 

        Y cada vez más cerca de su antigua casa busco de manera innata y algo nerviosa, entre los techos y los árboles. Quiso dar con un torreón de iglesia antigua que siempre veía desde su ventana hace ya muchos años cuando era niña, desde esa casa que ahora estaba muy cercana. Miró en el reloj sus números buscando un detalle preciso y ¡Ya no cabía duda!, estaba segura de sus memorias, en ese torreón los números romanos que veía casi todas las tardes en su infancia, ahora marcaban las cuatro horas con “IIII”, muy distinto a los “IV” que ella veía por su ventana cuando pequeña, y en eso estaba; confirmando a sí misma que sin lugar a dudas estaba en otra parte, cuando la puerta de su ex casa se abría crujiendo a metros de ella.

 

 

       Todo ruido y brisa posterior para ella se extinguió, solo eran dos personas que ahora solo se miraban. Y Nina sobre todo sin poder entender ni creer lo que pasaba. A pocos segundos después de reconocerse mutuamente, ella casi lo saludó. Era un joven ya adulto y sonriente, que antes como niño estuvo en aquel cumpleaños que “acá” ya ni siquiera había existido, quien de todas formas solo sonrió para decirle animadamente y gritándole a varios metros – ¡Hola Nina! ¿Cómo estás? por fin nos encontramos. ¡Te he buscado por mucho tiempo! –  exclamaba contento y en movimientos resueltos – “Después de aquel cumpleaños, ¿te acuerdas? ¡Yo desde ahí te recuerdo!  Pero nunca te encontraba por ninguna parte. Y vaya que te busqué, por todas partes. Muchas veces creía verte, pero era solo un rastro que dejabas. Así que después de muchas vueltas; de esas que ahora tú y yo sabemos, – ¿Por qué sabes a que me refiero no? –  Se me ocurrió mudarme a esta casa, que resulta que “aquí” no tiene aquella galería en donde celebraste tu cumpleaños. Es todo tan raro, pero siempre tuve la esperanza que vinieras alguna vez a visitar este lugar. Y finalmente aquí estas, por fin nos encontramos.

 

 

        ¿Por qué no pasas y nos tomamos un café? Tenemos mucho de que conversar. De lugares e historias que solo tú y yo sabemos, de esas “locuras” que no podemos compartir mucho en detalle, conversar mucho con nadie; más que tú y yo en particular.

 

 

 

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