EL ÚLTIMO PACTO

Agradecimientos de fondo musical a

 https://ccmixter.org «ukeSound», por Airtone

       Según una fábula muy pero muy antigua, presente en varias zonas meridionales repartidas por el mundo, cada muchísimos años en alineaciones especiales de astros y planetas, es que se da un singular hecho y lugar. Porque ambos; hecho y lugar, no son siempre que se manifiestan, excepto para un evento en donde las grandes esencias – que serían las más prístinas en este mundo –, se reúnen a dialogar en un sagrado concilio para realizar los grandes pactos de la Tierra. Y es justamente en esta década (2020-2030) según la fábula, que se cumpliría un ciclo completo desde el último gran encuentro que habría ocurrido en este mismo lugar (en el que ocurre siempre).

 

     En una isla errante – que no es la única que se mueve por los mares, pero si es la única que aparece solo en torno a los años de esta reunión–. ¿Su nombre?; no sería un gran misterio, ¡para nada!, nada de trabajo adivinarlo, si les dijera que el nombre de esta isla es tan evidente como la alta concentración de rarezas habitando en ella, el sin número de variedades dentro de sus variedades, agrupando una gama amplia de belleza. Así es, y hoy todos la podemos encontrar en los mapas físicos y digitales de todo el mundo, porque hace muy poco que ha aparecido.

 

      Isla Reunión; así es como llama (y aquí es donde la buscan en sus dispositivos móviles y en mapas ilustrados antes que vuelva a desaparecer, porque en mapas coloreados en papel también suele esconderse) Un lugar de toda clase de especies y seres vivientes aunados, así como de accidentes geográficos y vegetaciones concentrados en densos kilómetros flotantes. Con montañas y volcanes gigantes de donde emanan eternamente vapores con un exquisito y potente olor vainilla, perfumando toda la atmósfera que circunda por kilómetros la isla. En cuyo interior se pueden encontrar saltos de agua a favor y en contra de la gravedad, arcillas y animales multicolores, como múltiples seres vivientes refugiados como si esta fuera un arca. Conviviendo con un conjunto de razas humanas y religiones de todo el mundo, tantos occidentales como orientales.

 

     Aquí es; según el mito en el cuento, y según una leyenda labrada en una piedra en el monte Pitón, – uno de los miradores más amplios en alto de esta porción de tierra errante –, en donde se cuenta en atractivos pictogramas como la luz, la oscuridad, el aire, el agua, el fuego, como también los grandes elegidos de los mundos de la flora, la fauna y de los seres humanos, se reúnen para conversar sobre el devenir del mundo.

 

      Cada cientos de años, este encuentro se celebra privadamente de la misma manera; encerrados sin testigos ni más participantes que los destinados, en un cónclave por varios días en el “Trou de Feu” (El barranco del infierno), una gigantesca fosa encajada en la mitad del valle más escabroso de su serranía. Un agujero gigante en lo más alto, en donde las caídas de agua hacen imposible el acceso a su fondo. En ese inhóspito lugar se reúnen los superiores de la Tierra a conversar, siendo cada cita distinta a las otras, solo que en esta oportunidad; muchos de los lugareños creen que las condiciones si son algo similares a la anterior; porque hace aproximadamente unos doscientos años atrás – que fue la última vez que la conjunción de siete astros apuntó sobre  la fosa – se veían cuestiones muy parecidas a las de hoy, motivo el cual en el último pacto se dice que todas las deidades unánimemente decidieron interferir sobre la vida en nuestro mundo, produciendo en un acto de concomitancia, que la nieve congelara la mitad de tres continentes para detener el avance de un poderoso conquistador de pequeña estatura y gigante ambición. Es lo que se comenta, según la leyenda en la isla. 

 

      Pero todo lo anterior ya es parte de la historia en la fábula, porque lo interesante y volviendo al hoy, es que, con ruta y destino muy cercano a Isla Reunión, hace muy pocos meses atrás ha aparecido en el océano de oriente – de manera raramente similar – una gran embarcación; un carguero a la deriva sin ninguna tripulación. Un inmenso monstruo metálico de altamar, de casi trescientos metros de largo, que corta con una aleta bajo su quilla, doce metros bajo el agua salada. El cual sin sonido alguno de máquinas ni ningún tipo de persuasión apareció entre una densa neblina de manera evanescente, tanto que parecía flotar por el aire. En medio de las aguas del océano Indico frente a las costas del medio oriente apareció navegando así sin más, suave y completamente inerte, esto es porque no encontraron ni rastro de presencia de ningún tipo de vida a bordo, siendo pilotado solo por las corrientes y el viento.

 

      Se trataba de un buque de carga que había zarpado con medio año de anterioridad desde Isla trinidad, en Argentina. Y a diferencia de hoy; con muchísima gente a bordo y con “mercancías” valiosísimas en su inventario. Cerca de doscientas personas en total iban resguardando más de cuatrocientos contenedores de todos los tipos en su cubierta, de lo cual – hombres y carga –, no se ha sabido nada hasta la fecha de escrito de esta historia. No así de los registros, eso sí. Hojas de ruta y de tripulación, como informes de laboratorios, y otras anotaciones tales como dibujos y cartas, que construyen el relato de un extraño viaje. Una historia en papeles fue lo único que se rescató.

 

     Informaban sobre un cargamento muy variado en tipos y procedencias. No así en destino, porque de todo desde el continente americano hacia el oriente se iban trasladando, pero siendo la mayor cantidad del total de contenedores; carga de vida silvestre. Misión y motivo principal de este viaje.

 

      Ejemplares naturales muy acotados, un cargamento científico, hacia un instituto de conservación y biodiversidad en la costa occidental de Sri Lanka.  Principalmente animales y especies naturales salvajes, en peligro de extinción o bien muy exóticas, incluso recién descubiertas. Todo confinado en unas cajas de acero muy bien confeccionadas y equipadas dependiendo de la variedad contenida en su interior. Contenedores que en general solo dejaban ver oscuridad y siluetas casi siempre sedadas y estática. En resumen, para nada un cargamento tradicional, considerando además que fue recolectado por más de cinco años de expediciones en todo tipo de selvas americanas, mares y montañas, para después ser agrupados en este barco, hoy a la deriva y extrañamente vacío.

 

      Por lo anterior, la tripulación del barco tampoco era muy habitual. La conformaban grupos de cazadores, animalistas, muchísimos veterinarios, microbiólogos, entomólogos, ornitólogos, y muchos tipos de científicos más. Al igual que gente nativa acompañando a cada una de sus tipologías, desde cada rincón de origen en América. 

 

      Todos estos liderados por una sola persona; Nahuel B. Romuan, una leyenda entre las comunidades de vida silvestre en el mundo, experto en todo tipo de formas selváticas y marinas. Un cazador excepcional que había convivido su vida entera con la mayoría de los nativos y pueblos amazónicos desde el norte de Brasil, pasando por Ecuador, Bolivia y llegando hasta el Perú. Respetado y nombrado con afecto por todos los pueblos de caza, como “Curipira”, término que alude a un demonio ancestral y mitológico de las amazonas. Un cazador y protector de la selva, un demonio blanco como le llaman a los espíritus guardianes de los bosques y de las aguas. Que, de blanco, en realidad tiene muy poco, porque es de cabellos rojos apelmazados y de piel curtida y dura como piedra, de tono muy oscuro como el mismo barro selvático. El mismo con el cual paso cubierto casi tres años en las selvas del ecuador, cuando cazaba y estudiaba especies con los Ashuar, una tribu de intrépida gente del bosque y de los ríos.

 

      En el listado de estas raras especies, traídas por su comitiva se encontraban más de cien tipos. Entre las cuales destacaban animales muy pocas veces visto por las personas comunes y corrientes; entre algunas especies, la Tortuga caparazón de roca, el león dorado de Brasil, el Mono cola de fuego, la Salamandra gusano, el Delfín rosado, el alto y esbelto Lobo de Crin, un par de Lobos gigantes canadienses, (más altos que un ser humano), al igual que una pareja de Alces de cuatro metros de altura. También un par de crías de Ballenas australianas de Argentina, como una docena de Unicornios del Mar ártico (Narvales), estos últimos también en unas gigantes piscinas monitoreadas. Cuncunas venenosas tipo alfombras vivientes de 1 metro de largo, además de otros muchos insectos y flora de todos tipos en rumbo a oriente. A este instituto de conservación biológica iba todo este carguero lleno de vida, sin antes hacer una pequeña parada programada en los muelles de Ciudad del Cabo en Sud África, donde se realizaría el segundo y último cargamento.

 

      Maniobras de atraque en turno de noche, en el puerto de aquella ciudad en Sudáfrica, que quedaron registradas en las hojas de ruta del barco. Al igual que la provisión de ciento veinte mil litros de combustible crudo, ya que habían pasado veintiséis días de haber zarpado desde Argentina antes de esta parada. En donde también se anotaron detalles del abordaje definitivo de sesenta y seis hombres en comitiva y cerca de cien contenedores en los cuales se sumaban a la lista muchas otras especies. Un par de razas nuevas de felinos como tigres blancos y  el gato dorado (recién aparecido), un Lagarto dragón de Swazi, Cocodrilos hocico delgado, así como una pareja de extrañas aves Shoebill, de apariencia prehistórica.  Al igual que el abordaje de un contenedor de grueso acero muy desgastado con unas marcas extrañas similares a unas “W” en cada costado, el cual encerraba a un inmenso animal, que en la guía de carga tenía una tachado en el espacio del nombre, no así en el rellenado de la descripción, que decía unas pocas referencias en letra manuscrita; “Iwia” Peso; cercano a los mil trescientos kg.

 

      La letra y la firma en la guía de carga de esta como de todas las mercancías africanas respondía a la rúbrica de “Waresi”, quien venía a cargo y al cuidando de los especímenes de este continente. Una mujer tan conocida en su continente como Nahuel en América, una  nómade,  cazadora y conservera de conocimientos antiguos de la tierra africana. Embania Waresi, quien en esta oportunidad custodiaba personalmente y muy atenta el contenedor acerado del animal con las marcas laterales en su jaula.

 

      Cuando se encontraron, ella y Nahuel se saludaron con afecto y conversaron bastante rato, lo mismo que varios nativos africanos con  nativos de Sudamérica. Se reían al saludarse e intercambiaban palabras, artefactos y obsequios entre ellos, una vieja costumbre entre pueblos y cazadores. Esto lo hacían mientras iban revisando las cajas, los nudos y los seguros atados a los aparejos exteriores, realizando las últimas operaciones de izaje coordinado sobre la cubierta, ordenando y asegurando los contenedores más delicados. Todos colaboraron entre si durante toda la noche para poder continuar con el viaje a la mañana siguiente. Sin antes presentarse ese fin de faenas ante el capitán y revisar las dependencias del Barco. Las páginas de la bitácora hablan de aquella larga jornada. Ya eran las 02:40 de la madrugada del día siguiente cuando se reunieron todos en los comedores ubicados en el segundo nivel del carguero, un amplio espacio destinado a toda esta comitiva en viaje.

 

       

         Cerca de quinientos platos para toda la tripulación general era lo que salía de la cocina del barco esa noche en madrugada. Quince personas en la cocina eran las encargadas de alimentar durante todo el viaje a toda esta ecléctica comitiva, que en aquella velada antes del zarpe desde Ciudad del Cabo, fueron el motivo de una gran comida. Un seudo banquete de un solo turno general. Una gran cena de celebración y recibimiento para la gente del continente africano, ocasión en la cual el capitán compartió unas palabras en varios idiomas con sus especiales pasajeros, quebrando una copa en el piso al final de su discurso, como es costumbre antigua en algunos navegantes, como señal de buena ventura y para espantar a la mala suerte del barco antes de iniciar el viaje por mar.

        

            Ya en curso, era el cuarto día y algunas pocas horas de haber dejado Ciudad del Cabo. Y ya después de un tranquilo andar por el océano, cuando el reloj marcaba las once de la mañana en la caja negra del barco, quedó registrada una inesperada alerta de precaución, un pronóstico de mal clima que entró por el canal de satélites asiáticos. Era un frente de mal tiempo imprevisto que se empezaba a acumular estáticamente al sur y al poniente de la gran isla de Madagascar. Una inesperada tempestad que lo más probable los recibiera en la madrugada del día siguiente. Esto, obligó a activar el protocolo en cuanto a la integridad de navegación y de la carga de los biocontenedores. Así fue entonces, que en todas las horas posteriores durante ese día, se prepararon una decena de generadores eléctricos de asistían de emergencia, auxiliando los monitores y el sistema de climatización de cada una de las especies más delicadas a bordo. Como también un plan de sedación por gas de algunas bestias y animales más problemáticos en caso de que accidentalmente se abrieran sus cajas.

 

      Antes de su acostumbrada hora del té, el Capitán de la nave llamó a todos los equipos de científicos y oficiales de mayor rango de su tripulación, para ponerles sobre aviso en relación a la tormenta que se avecinaba. Informarles que era de características considerables, pero que ya estaban a medio camino, y no había nada más que hacer, más que seguir adelante. 

 

     Así todos después se repartieron tareas. Había equipos de científicos, técnicos y cazadores moviéndose por todo el barco, cuadrillas y grúas apuntalando las grandes cajas metálicas una con otras, acuñándolas con duras piezas de madera entre sí, “esponjándolas”, para que no se golpearan con los vaivenes del mar que seguro azotarían al carguero en esa pronta madrugada, a partir de unas siete a ocho horas más.

 

     Nahuel y Waresi también se presentaron con la plana de oficiales a cargo de los movimientos en la borda del barco, se repartieron instrucciones de resguardar a toda la tripulación civil en sus recámaras, excepto lo más necesarios, mientras el carguero ya se había alejado de las costas del África oriente al igual que un poco y bastante de Madagascar hacia al sur; lejos del encuentro de corrientes, esto significaba que el barco se bamboleara solo en el sentido lateral, sin cortar las olas de frente ahorrando la potencia en las máquinas, para luego en la  tormenta entrar de punta a estas olas de mayor fuerza. Masas de agua que ya se podían medir en el los mapas de niveles que entraban dibujados por señales de boyas de referencia satelital, a unas cercanas noventa millas, que en viaje serían a dos horas y medias, a unos veinticinco nudos de velocidad.

 

     Ninguna medida de cautela era poca, todo se hacía según los procedimientos mientras los técnicos hacían todo lo que podían ya sobrepasados por la noche, mientras tanto nubes eléctricas y olas de hasta ocho metros de altura ya los estaban esperando a pocas horas.

 

    Terminado con el protocolo de operaciones y aseguramiento de sistemas y cargas, todos tomaron sus posiciones y aseguraron sus pertenencias, y ningún objeto había por el barco que no haya sido asegurado, entrando ya en la madrugada temprana y movida de aquel quinto día.

 

        Así aquel mal clima anunciado se empezó a notar en el ambiente; haciendo que algunas bestias se empezaron a impacientar. No tanto como las especies de mayor sensibilidad, los que reaccionan a los minúsculos cambios de presión. Estas eran la mayoría de las aves, los insectos, como también una rara población de bacterias marinas llamadas Pelos de Venus, que comenzaban a ponerse muy hiperactivas en movimientos oscilantes y fuera de lo común, similar a una alfombra blanca de fideos viviente, millones de filamentos vibrando sin parar.

 

      A las 03:11am se registra que en el puente de mando ya algo perdido en la oscuridad, el capitán acoplaba luces auxiliares para iluminar mejor el barco, una amarillenta y potente luz se sumó por todas las dependencias del carguero, igual que unas rojas luces intermitentes en proa y popa, que se utilizan para no perder la longitud del barco desde el puesto de mando. Sumándose igualmente unos increíbles focos de altamar, que iluminaban el camino tal como unas luces altas en carretera, solo que esta carretera era hecha de unas crecientes lomas de toneladas de agua iluminadas increíblemente por estos focos a más de doscientos metros de distancia. Y esto era solo el inicio de la tormenta, porque en un fondo muy alejado en el horizonte que se perdía cada vez que la punta del barco se hundía en las olas, se alcanzaban a apreciar unos iluminados golpes eléctricos, de aquellos que se muestran en tandas de microsegundos, como un aviso publicitario en neón de una difícil y mojada jornada.

 

        En un aparente avanzar y ya cortando las olas en velocidad de máquinas a potentes 35 nudos marinos, parecía como si la tormenta se acercara más a ellos que ellos a esta, porque parecían nunca avanzar. Solo se mantenían  pegados arriba de un pasar y pasar de olas, cuando en este incesante embestir  murallones sólidos  de agua salada, de repente  se escucha un trueno ensordecedor que azotó el océano; igual que hiciera un martillo de acero en el ambiente usando todo el mar como yunque, dejando a todos un poco y muy perplejos, para luego de un buen distanciado rato repetirse una vez más, pero esta vez mucho, mucho más cercano, como si hubiera sido el epicentro del tronar un punto elevado sobre el mismo barco. Una explosión bajo las nubes que hizo vibrar al buque un poco más y por completo, tanto que acalló todo de repente, nada más que el ruido del océano se escuchaba, mientras los aceros del casco aún oscilaban de tal golpe recibido. Ningún animal ni humano opinaba, estando todos abrumados por el violento resonar en la tempestad. Luego lo más intrigante surgió para todos, sobre todo con el tercer metálico tronar; que nunca se vio ningún destello de rayo anticipando estos tremendos estallidos sonoros entornando la embarcación. Solo de pronto se escuchaban estos gigantescos ruidos, uno tras otro.

 

     Los nativos africanos desde todas partes del barco solo se miraban y otros se acercaron a Waresi, tales como niños que se acercan a una madre por contención, quienes algo le comentaban con evidente nerviosismo en sus caras.  Fue cuando también Nahuel de la sala de monitoreo lo notó, e hizo unas señas a Embania, para reunirse al centro de la plataforma bajo la grúa del puente principal, sintiéndose justo en aquel momento un cuarto rugir ensordecedor en el cielo.

 

      Nadie sabía que estaba pasando esa noche de tormenta, se trataba de un exacerbado galopar del barco sobre un rodar de olas que ya llegaban a respetables ocho a nueve metros de altura, mientras bajo la planta de cubierta en un área de bodegas; el ayudante más joven de la tripulación de cocina escribió en su libreta de recetas nuevas y consejos culinarios unas líneas que describían en algo esta situación. Mencionaba haber visto asomar por las claraboyas de la bodega – hundidas bajo el nivel de agua – una sombra monumental justo al momento de los últimos ruidos tronantes en el cielo, lo mismo que muchos vieron desde la sala de máquinas del carguero y que comunicaron por el canal interno de radio hacia la sala de controles del capitán.

 

      Y con el total de los estruendos junto a los  movimientos del barco ya muchos de los animales habían sido arrebatados del somnífero sueño, los lobos ya empezaban a aullar cada vez que se acercaba otro tronar, que por cierto fueron solo un  par más, pero cada uno más largo que el siguiente, porque después ya no podría decirse que eran truenos, sonaban extrañamente unos chirridos en el cielo, como si friccionaran y encajaran monumentales cuerpos metálicos, repartidos tras las nubes concentradas de negro.

 

      Fue el quiebre del viaje, la coyuntura en esta ruta, porque en ese momento se sumaron todo tipo de sonidos posibles desde los contenedores; alaridos, aleteos, bramidos, graznidos, gruñidos, relinchos, rugidos, ululaciones, zumbidos, incluso gritos de todo tipo y en todos los idiomas, se mezclaron ensordecedoramente en todo el barco por varios minutos.  Junto con un extenso canto de ballenas que también se sumó por el océano inmediatamente circundante y lejano. Era un todo ensordecedor, todos parecían estar en sintonía con algo, un algo que ningún ser humano entendía, excepto uno. «Ella».

 

     Waresi; era la única que no se veía sorprendida por lo ocurrido, quien en medio de esta desequilibrada situación se acercó a Nahuel, y le dirigió unas palabras por breves minutos mientras miraba y apuntaba al cielo, en medio de toda esta tormenta de agua y ruido, para decirle algo que nadie nunca registró, para después lentamente junto a él dirigirse a unos pocos metros de la jaula marcada por los símbolos laterales.

 

      El sonido de los animales y seres vivientes en viaje y en todas partes del océano y  sobre el barco nunca más callaron, como de igual forma nunca en el radar se habían concentrado tantas manchas alrededor del barco, miles de bancos de peces y otros seres acuáticos cercanos a la embarcación, fue lo que anotó el capitán en su bitácora a las 04:11 de la madrugada, junto a la descripción del tronar en el cielo, describiéndolo de puño y letra como “ballade” en francés, un raro ruido que nunca había escuchado en su larga carrera como capitán de cargueros y buques durante toda su vida. Eso escribía entre otras cosas mientras que  en la cubierta Waresi abría el contenedor de acero contrario a todo procedimiento de seguridad, justo cuando se produce  el último azotar de los métales del barco por el más fuerte estallido que se escuchara esa noche en ese turbulento mar. Acto seguido y después de varios minutos en que el carguero dejó de destemplar sus metales, varios pudieron ver a muy poca distancia a un ser cuya piel brillaba en contra de los focos y el agua salada esparcida por las olas. Una enorme sombra emergiendo de la oscuridad de ese contenedor, con un vapor traslúcido y algo perceptible en tono celestino emergiendo de su cuerpo. Una treintena de personas vieron salir de aquella jaula a “algo” que era la mezcla de un inmenso animal, una especie de gigante jaguar negro parado en sus patas traseras, pero que a la vez parecía ser una persona, un ser muy extraño y ajeno a toda supuesta normalidad. Su silueta era acompañada en todo momento por un fino halo que parecía derretir el ambiente próximo a él, deformaba el panorama como el calor lo hace reflectado en las superficies de carreteras de asfalto negro, o en la arena de desiertos y playas cuando son calentadas por el sol más amarillento. Su cuerpo irradiaba energía viva, un exceso de vida que nunca saco unos ojos amarillentos y relucientes sobre Nahuel y Waresi.

 

     Ojos amarillentos en un fondo muy oscuro, mostraba este raro ser esbozando incluso un intento de sonrisa; eso fue lo que escribió y dibujo Joan, el mismo ayudante de cocina que también volvió a escribir en su libreta de recetas, que volvía a ver  la descomunal sombra moviéndose bajo el agua, bajo todo el carguero emergiendo. Una «mancha» que se podía ver por todas las claraboyas de los pisos inferiores del barco, lo mismo que registró el radar un par de segundos antes de dejar de funcionar. Un raro comportamiento en el fondo marino , que también afectaba el sistema de navegación satelital del barco.  

 

      Ya no era un viaje normal, los oficiales en los puentes de exterior y de la sala de máquinas se comunicaban por radio con el capitán para contarle lo que estaba sucediendo, pero este nunca reaccionó, porque estaba muy ocupado tratando de manejar la situación y el mismo barco desde la cabina de mando con todos sus pilotos, maestres y contramaestres, que tampoco entendían nada, concretamente no sabían dónde diablos estaban ubicados.

 

      El GPS satelital dejo de funcionar a las 05:05 de la madrugada de aquel quinto día, junto al radar y el sonar que no mostró nunca más ninguna cota subterránea de mar. Parecían estar en ninguna parte y totalmente a la deriva.

 

      Mientras que muchísimos de los hombres de Waresi y de Nahuel los rodeaban formando un círculo en torno a ellos y al imponente Iwia, que fue como se describió a este raro ser cuando subió al barco. Y en medio del rugir de todo el cielo y lo existente ahí vibrando, todos los cazadores y nativos de ambos continentes empezaban a entonar una frase que de a poco e “in crescendo” se escuchaba desde distintas partes de este barco; “Mti wa Nyakati”, “Mti wa Nyakati”, “Mti wa Nyakati”… Eso se escuchaba cada vez más fuerte y repetitivo mientras los otros sonidos de bestias, animales y olas de la tormenta, increíblemente poco a poco iban calmando.

 

     Eso fue lo último que se anotó varias veces en casi todos los registros. “Mti wa Nyakati”, la frase que vitoreaban una y otra vez los hombres de Waresi y Nahuel, en medio de los momentos más álgidos de la tormenta esa noche.

 

     “El árbol de los tiempos”; es la traducción de esas palabras evocadas en lengua nativa, una frase muy antigua del África que hace referencia a un cuento ancestral. A otras personas, otras tierras, y otros tiempos conviviendo con nosotros, pero no “aquí mismo”, sino que en un lugar mágico. Aquella frase, más bosquejos de una verde isla de grandes montañas, con volcanes humeando fue lo que se encontró plasmado en las últimas hojas del cuadernillo de anotaciones de Joan, el joven ayudante de cocina francés, antes de anotar;

 

     “Y ahora todo está más tranquilo, navegamos en silencio en una espesa neblina, solo se aprecia a los lejos un sol prendido de rojo y amarillo entre unos verdes volcanes. Y solo se siente un extraordinario y exquisito olor a vainilla en toda la atmósfera circundante, el más exquisito que haya sentido en toda mi vida”.

SOCIAL MEDIA

OPENSEA NFT GALLERY

logoredes2024

N.Relmu Collections

DONACIONES DIRECTAS AL AUTOR

TODOS LOS DERECHOS RESERVADOS © 2020 – 2025, Nampelkafe Relmu

Scroll al inicio